La silla que montaba estaba bordada profusamente de plata, la cabeza grande era una masa de ese metal, lo mismo que la teja y los estribos, y el freno del caballo estaba lleno de chapetas, de estrellas y de figuras caprichosas. Sobre el vaquerillo negro, el hermoso pelo de chivo, y pendiente de la silla, colgaba un mosquete, en su funda también bordada
Ignacio Manuel Altamirano, El Zarco
En el tumultuoso año de 1861, mientras México trastabillaba en sus primeros años de independencia, en uno de sus siglos más caóticos, cuando se vivía un conflicto nacional entre dos frentes que querían imponer su visión a la nación: por una parte los liberales, que querían romper definitivamente los lazos entre el clero y gobierno y conformar estados soberanos, y por otra los conservadores, quienes querían que México volviera a formar parte de un nuevo imperio.
En esta tierra fértil de desorden político, inseguridad, y falta de recursos, nació hacia 1850, un temido grupo de bandidos que aterrorizaba las tierras del estado de Morelos. Estamos hablando de “Los Plateados”, mote que recibían debido a sus atuendos extravagantes, adornados con botonaduras de plata y sombreros de amplias alas igualmente galoneados con hilos de plata. Pero su fama no se debía solo a su estilo, sino a sus sangrientas incursiones en las poblaciones cercanas a Tepoztlán, como Cuautla, Jonacatepec, Tetelcingo y Tetecala.
Los Plateados eran una banda de más de quinientos hombres, cuya guarida principal se encontraba en la ex hacienda de Xochimancas, que en sus días de esplendor había sido una finca azucarera. Sin embargo, en manos de estos bandidos, se había convertido en un bastión de desenfreno, donde almacenaban los tesoros robados, a las mujeres secuestradas y disfrutaban de sus orgías.
Sin dejar lugar para dudas, la historia de Los Plateados en el estado de Morelos es una crónica fascinante de violencia y transformación en un momento tumultuoso de la historia de México. Históricamente, tal como apunta Agustín Barreto (2007) Los Plateados, cuyo nombre se hizo temible en la región, fueron en su mayoría excombatientes de las guerras que sacudieron a México durante esa época. Después de haber experimentado la vida militar y la violencia en el campo de batalla, estos hombres encontraron difícil volver a una vida pacífica y se convirtieron en bandidos en busca de riqueza y aventuras.
Su aparición puede rastrearse hasta la Revolución de Ayutla y la Guerra de Reforma, pero su auge llegó después del licenciamiento de las fuerzas auxiliares liberales en 1861. En lugar de regresar a sus hogares, muchos de estos veteranos decidieron mantener sus armas y continuar su estilo. de vida como bandidos. Las condiciones sociales y precarias económicas, la falta de oportunidades laborales y la costumbre de la guerra los llevaron por el camino del bandolerismo.
Los Plateados no solo representaron una amenaza para la población, sino que también desafiaron al gobierno en turno. Operaban en una vasta región que abarcaba Morelos, Puebla, Guerrero, el Estado de México e incluso Hidalgo. Su notoriedad se debía a su astucia, valentía y a la forma en la que mantenían el control en las áreas donde operaban.
A pesar de su reputación violenta, algunos autores han argumentado que Los Plateados también fueron vistos como defensores populares y líderes carismáticos. En ciertas ocasiones, se les atribuye la lucha contra los hacendados y la aristocracia local a favor de los campesinos empobrecidos. Sin embargo, sus métodos violentos y sus acciones delictivas los convirtieron en una amenaza constante.
Como se dijo, toda población vivía en constante temor por Los Plateados, quienes no solo saqueaban a los desprotegidos pueblos, sino también se robaban a las jóvenes más hermosas de la región.
El relato literario que retrata de mayor forma esa realidad se encuentra en la novela histórica del Guerrerense Ignacio Manuel Altamirano, “El Zarco”, el cual construyó su narrativa a través de las notas periodísticas de la época, con una estructura de capítulos “por entregas”, en la que gran parte de la acción sucede en el municipio de Yautepec.
Esta novela nos narra el amor y pasión desenfrenado entre Manuela y el” Zarco”, uno de los plateados más agraciados de la región. Esta narrativa hace un retrato detallado de Xochimancas y los caminos desolados, así como Salomé Placencia, otro de los líderes más despiadados, y quien encabezó el asalto a Tepoztlán, sobre el que volveremos más adelante.
Además, introduce el momento crucial el que aparece una fuerza dispuesta a enfrentarlos, estamos hablando del batallón encabezado por Martín Sánchez Chagollán
—Anoche, a cosa de las diez los sorprendió. Estaban emboscados esperando un cargamento que iba a pasar, cuando Martín Sánchez les cayó, los acorraló y apenas pudieron escaparse cinco o seis, que vinieron a buscarnos y que se han quedado heridos y no han podido venir hasta acá.
—¿Pero… qué?… ¿no pelearon esos muchachos? -preguntó Salomé.
—Sí, pelearon, pero los otros eran más y raían muy buenas armas.
—¿Y qué, no tuvieron aviso?
—¡Eso es lo que extrañamos!, pero creo que la gente comienza a ayudar a Martín Sánchez y a faltarnos a nosotros (68).
Tepoztlán, centro de este relato, tuvo un encuentro con estos bandoleros que ha pasado a la historia. Se rumora que en aquellos años parte del municipio pertenecía a la Hacienda de San Gaspar, es por eso que se elaboró una colecta con todo el pueblo en la que los Tepoztecos pusieron sus centavos para hacer la oferta por las tierras. El botín fue puesto al resguardo de un hombre ya mayor que vivía en el predio donde ahora está ubicada la escuela primaria Escuadrón 201. Este individuo que vivía acompañado solamente de su perro, fue emboscado la madrugada del 22 de febrero de 1862 por estos bandidos. Algunas versiones dicen que le dio tiempo de ocultarse en los arbustos, pero al comenzar a ladrar el pequeño canino, fue descubierto y acribillado con una balloneta.
Cuando los plateados se daban a la fuga, se tocaron las campanas y la gente se reunió enfurecida. Aquel día, los habitantes de Tepoztlán se levantaron valientemente contra estos criminales, armados solo con machetes y palos. en un combate encarnizado para expulsar a los bandidos de su localidad.
A pesar de las adversidades y la falta de herramientas, la valentía de los tepoztecos prevaleció, y lograron perseguir a “Los Plateados” hasta el lugar conocido como “La Trinchera”. Allí, los bandidos se vieron acorralados y comenzaron a disparar, solo para descubrir que sus perseguidores no les contestaban el fuego, pues solo llevaban machetes, piedras y otras armas de trabajo. Sin embargo, el valor y la determinación de los locales superaron la desventaja en armamento.
A pesar de sus escopetas, se rindieron ante la valentía de los tepoztecos. El lugar donde se libró esta batalla está cercano a unos campos de cultivo, donde un monumento se levantó, de acuerdo con Joaquín Gallo, en 1863 (145), ya que allí se enterraron a 21 valientes tepoztecos caídos en la lucha. El monumento aún existe para quien quiera conocerlo, antes de la entrada de la glorieta de Tepoztlán. Justo al dar vuelta a en la colonia que ahora ha sido rebautizada como Huachinantitla; aunque se encuentra resquebrajada, olvidada, y todavía sin recibir el valor cultural e histórico que se merece.
La persecución de “Los Plateados” no fue tarea fácil, pero finalmente, gracias a la valentía y astucia de líderes locales como el anteriormente mencionado Martín Sánchez Chagollán y el Coronel Prisciliano Rodríguez, nativo de Tepoztlán, quien de acuerdo con varios testimonios solicitó al presidente Juárez armamento para armar a 60 tepoztecos, con los que libró otras batallas, esta plaga de bandidos fue eliminada. Después de años de terror, la región de Morelos pudo finalmente disfrutar de la paz y el inicio de un camino hacia la prosperidad.
Hoy en día, calles de Tepoztlán llevan los nombres de “Prisciliano Rodríguez” y “22 de febrero” para recordar la valentía de aquellos que lucharon contra “Los Plateados” y restauraron la paz en la región, además están colocadas diversas sus placas conmemorativas.
A pesar de que este relato es conocido por muchos, varios sucesos son difíciles de verificar, “en boca del narrador, todo cuento se transforma”, pero sin duda el legado que dejó este suceso nos deja un Tepoztlán aún más rico y con un patrimonio intangible inabarcable.
La historia de Los Plateados es un testimonio de cómo la violencia y la agitación política pueden dar lugar a bandas criminales en busca de poder y riqueza en un entorno caótico. Su legado perdura en la memoria histórica de Morelos y en la literatura, como se evidencia en la obra “El Zarco” de Ignacio Manuel Altamirano.
Además de que los lugares de Tepoztlán cobran más sentido al conocer sus calles, cuéntanos qué opinas tú al respecto de este suceso, si conoces otra información, o simplemente deseas hablar más de nuestro inabarcable Pueblo Mágico.
A propósito, puedes ver un documental complementario sobre estos bandidos:
Referencias bibliográficas
Barreto, Carlos Agustín. “Los Plateados en Morelos: un ejemplo del bandolerismo en México durante el siglo XIX”. Takwá. 11-12. 2007. 105-129.
Gallo Sarlat, Joaquín. “Los Plateados”. Tepoztlán. Personajes, descripciones, sucedidos. CDMX. 1988. Impreso.